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Morir con dignidad

Autor: Francisco José
lunes, 21 de julio de 2008
Modificado el martes, 22 de julio de 2008

Aunque no figuraba en su programa electoral, el Partido Socialista Obrero Español ha introducido en su 37º Congreso Federal algunos aspectos sobre la muerte digna o morir con dignidad. Estos términos cada vez se van utilizando con mayor frecuencia cuando se habla de la atención a las personas al final de la vida.
Morir con dignidad es algo difícil de definir pero fácil de detectar cuando una persona termina su vida en un entorno amable y conocido, digno del ser humano y propio de lo que debería ser vivir su hora más hermosa (generalmente la propia casa, gozando de la presencia constante y cercana de sus seres queridos), morir sin el estrépito frenético de una tecnología puesta en juego para otorgar al moribundo algunas horas suplementarias de vida biológica o morir, en fin, sin unos dolores atroces u otros síntomas que monopolicen toda la energía y toda la conciencia del moribundo.
Para que esto suceda el enfermo y sus familiares tienen que tener acceso a un equipo interdisciplinario de profesionales altamente cualificados y a un modelo asistencial muy específico que le suministren unos cuidados paliativos de calidad.
El compromiso explícito que ha adquirido el PSOE para desarrollar en España los cuidados paliativos es una excelente noticia, sobre todo para los enfermos (que antes o después lo seremos todos).
Pero también lo es para los profesionales, porque ese compromiso tiene que llevar obligatoriamente de la mano la adecuación de las plantillas de profesionales acorde con las necesidades, múltiples y cambiantes, de paciente y familiares. Los servicios de cuidados paliativos gastan muy poco dinero en tecnología o equipamiento.
Nuestra tecnología es el tiempo y el espacio y nuestras herramientas fundamentales la escucha y la palabra. Se tiene que compensar la sobriedad, espartana a veces, de nuestros recursos materiales con unas buenas plantillas de profesionales bien formados, con la adecuada disponibilidad y sin prisas.
Otros aspectos de lo tratado en este congreso tienen también una importancia decisiva. Por ejemplo, la promoción de los documentos de voluntades anticipadas, evitar la obstinación tera-péutica, el respeto a los valores y la autonomía de los enfermos (lo que lleva implícito el derecho del paciente a rechazar un tratamiento, cualquiera que sea éste) o el derecho a que se le disminuya la conciencia con su consentimiento y cuando esté médicamente indicado.
Es plausible la decidida voluntad del partido, ahora en el Gobierno, de potenciar todos estos aspectos de la atención profesional al final de la vida, aunque ya están todos ellos recogidos de una u otra forma en la legislación actual. Más que leyes hace falta ética en todas las esferas de la atención sanitaria.
En el ámbito de las Unidades de Cuidados Paliativos, por ejemplo,
jamás es un problema el encarnizamiento
terapéutico y nuestros enfermos nunca tienen miedo de ello. El testamento vital solamente lo ha firmado un enfermo desde que entró en vigor la ley, todos los días hay enfermos que rechazan algún tipo de tratamiento (que, por supuesto, se respeta) y todas las semanas tenemos que sedar a algunos enfermos en sus últimas horas de vida porque están padeciendo una agonía insufrible que nos obliga a disminuirle la conciencia.
Lo que merece un análisis más profundo, y quizá no sea el momento o lugar adecuado para ello, es el último
mensaje que hace referencia a la posible despenalización de la eutanasia al cabo de unos años y después de haber desarrollado y potenciado suficientemente los cuidados paliativos.
Por lo menos tenemos que decir que el orden cronológico es más coherente que lo que ha sucedido en países como Holanda donde desde hace lustros se aplica la eutanasia con profusa generosidad y solamente estos últimos años han empezado a desarrollar los cuidados paliativos (lo que, por cierto, parece haber hecho descender el número de eutanasias practicadas). Empezaron la casa por el tejado.
Yo estoy convencido de que cuando se hayan llevado a cabo las propuestas del Gobierno, recientemente expuestas, no va a ser necesario dar el paso siguiente. Ésta es la experiencia diaria en las Unidades de Cuidados Paliativos, donde la eutanasia es una palabra que ni se oye. Cuando los enfermos están bien atendidos (y sus familiares también), cuando el enfermo refuerza su autoestima y no se considera una carga para los demás (para su familia y para la sociedad), cuando se le alivia el dolor y resto de los síntomas, los enfermos no piden la eutanasia. En contra de la eutanasia es mucho más efectivo un buen servicio de cuidados paliativos que un millón de sermones.
Periódicamente salta a los medios de comunicación algún caso dramático de un enfermo que conmueve a cualquier persona medianamente sensible y que genera una especial sensibilidad entre los ciudadanos hacia la despenalización de la eutanasia, algo humanamente comprensible.
Pero los ciudadanos deben saber también que legalizar la eutanasia tiene riesgos, riesgos importantes, que hemos aprendido de los sitios donde esta práctica se realiza legalmente desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, que más de la mitad de los médicos holandeses no comunican al juez sus prácticas eutanásicas (como es su obligación) y ello no por miedo a la justicia (ya que esta práctica es legal), sino por miedo a que los pacientes lo etiqueten como 'médico que hace la eutanasia' con la consiguiente pérdida de confianza por parte de los enfermos más enfermos y más indefensos. Es decir, el gravísimo deterioro que inevitablemente se produciría en la relación médico-enfermo.
Y si esto es grave no lo es menos el hecho de que a muchos enfermos holandeses (casi la tercera parte) a las que se aplicó la eutanasia no se pudo constatar que lo hubieran solicitado voluntariamente. Y aquí surge uno de los mayores miedos ante una eventual legalización o despenalización de la eutanasia, por supuesto voluntariamente expresada.
Las personas más ancianas, más enfermas, con menos autonomía, con menos capacidad de valerse por sí mismas, pueden llegar a ser coaccionados (indirectamente, pero coaccionados) por sus familiares (pocas ganas de cuidarle, cuando no descaradamente por un asunto de herencia), por el medio social o por los poderes económicos, a que 'voluntariamente' soliciten la eutanasia (nos da mucho miedo que la eutanasia sea tan sumamente barata).
Hace unos días hemos leído la escalofriante noticia de que en España hay 60.000 ancianos maltratados por sus propios familiares, es decir, el 0,8 por ciento, cifra que aumenta escandalosamente hasta el 2,9 por ciento en el caso de los ancianos con una gran dependencia. Es fácil suponer lo que les esperaría a unos cuantos de estos ancianos si hubiera una ley que les permitiera solicitar la eutanasia. Es un chantaje moral a los más débiles.
Estas breves reflexiones, como se puede observar, no tienen que ver con ningún tipo de ideología política o creencia religiosa, todas ellas muy respetables. Se trata simplemente de un asunto profesional y humano.
La atención y cuidados que un país suministre a sus ciudadanos más enfermos, más pobres, más viejos, más indefensos, más frágiles, es un indicativo de su grado de civilización. Y un pueblo civilizado, en suma, tiene que
disponer de los recursos necesarios para aliviar el sufrimiento de sus ciudadanos que no sea terminar con la vida del sufriente. Publicado en GacetaMedica digital, 20-07-2008

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